Yo quisiera pedirle con humildad a todos mis hijos que lean estas líneas, que se unan a todas las almas orantes de todo el mundo, y cada uno en su propio idioma y cultura, oren por el cese de las guerras que aún azotan el planeta, fruto de la ignorancia de unos cuantos, y para que se establezca la paz.
Yo soy María, la Madre no sólo de nuestro Señor Jesucristo, sino de todos ustedes.
Mi nombre es invocado diariamente para solicitar favores, curaciones y peticiones muy diversas.
Mi manto es tan grande que cubre todas las tristezas y penurias del mundo entero, el cual cubro sólo con mi Amor inmaculado.
Doy Loaz al que me invoca y mi compasión y mi misericordia les proporciona el alivio y el consuelo que necesitan sus almas compungidas por el alejamiento de su propia Realidad.
Mi Hijo amado está a cargo de la redención de las almas que habitan este planeta, y yo le ayudo en esta inmensamente fatigosa labor, así como lo hacen otros más.
Nuestro Amor al Padre Eterno es el motor que mueve y alimenta nuestro esfuerzo, y el Amor con que Él nos retribuye cubre con creces cualquier esfuerzo o sacrificio que nosotros podamos hacer.
De hecho, Su Amor es nuestro alimento, y el que prueba este alimento, ya no apreciará nada más en este mundo ni en el otro, pues no existe nada que pueda compararse al Amor de nuestro Padre Celestial.
Esto es lo que quiso decir mi Hijo cuando enseñó a sus discípulos: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
En estas palabras mi Hijo resumió toda la sabiduría de las edades en una sola frase, que es buena para los seres humanos de este planeta, para los seres de otros lugares del Universo y para todas las entidades que moran en otras esferas.
Yo quisiera pedirle con humildad a todos mis hijos que lean estas líneas, que se unan a todas las almas orantes de todo el mundo, y cada uno en su propio idioma y cultura, oren por el cese de las guerras que aún azotan el planeta, fruto de la ignorancia de unos cuantos, y para que se establezca la paz, la fraternidad y la concordia entre todos los hombres y mujeres que deberían habitar este planeta como hermanos y hermanas, e hijos del mismo Padre y de la misma Madre.
Esa es mi petición, que solicito de todos ustedes, para hacer cumplir la promesa de mi Hijo, de que algún día, todos se verán a la derecha del Padre, compartiendo Su Amor, que es el pan de vida y la única llave que abre el portón hacia la felicidad del Espíritu, el alma y el cuerpo.
Ahora les dejo, pero tengan muy presente esta petición que les he hecho, porque la oración de unos cuantos que se reúnan en el Nombre de Dios puede modificar los sucesos que habían sido previstos para purificar y enderezar las acciones erradas de muchos seres humanos.
Y con ello pueden evitarse muchas muertes y pueden aliviar mucho sufrimiento, previsto por el destino para la elevación del planeta y de toda la raza humana.
Mi corazón los acompaña y mi Amor los rodea allá donde se encuentren.
La Madre María
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